16 de noviembre de 2025 14:08
Regresamos al Cauca con tres certezas: 1) el queso caqueteño no tiene pierde, 2) la coquetería femenina es patrimonio cultural, y 3) a este viaje hay que ponerle “segunda parte”, porque la primera se nos quedó corta...
Dicen que los viajes se disfrutan más por la compañía que por el destino, pero en este caso se nos juntaron ambas cosas. Tres amigos aterrizamos en Caquetá para una visita que terminó siendo más bien una comilona con sabor a queso, carne, pescado, río y monte.
El anfitrión no podía ser otro que Rafael, que con la hospitalidad propia de la tierra nos recibió con agenda llena, finca tras finca, pandebono tras pandebono, queso tras queso… y anécdotas que daban para libro. El motivo era serio: conocer de cerca el Pacto Caquetá, esa apuesta para reactivar la economía ganadera que tanto ruido (del bueno) viene haciendo. Pero la seriedad duró lo que un buen tinto caliente en la mañana, porque pronto nos vimos atrapados entre la abundancia de la gastronomía y la simpatía —y coquetería— de la mujer caqueteña.
Recorrimos la ruta del queso, descubrimos cómo las reservas naturales de la sociedad civil se convierten en pulmones verdes que conviven con la ganadería y hasta alcanzamos a llegar a San Vicente del Caguán, donde asistimos a la subasta ganadera: ahí los martillazos iban tan rápido que uno no sabía si estaba pujando por un lote de novillos o por la última empanada de la feria.
Lo cierto es que el Caquetá nos mostró una cara distinta: pujante, organizada y con un futuro que, como diría Eduardo, “se ve más gordo que un novillo de levante”. Entre risas, aprendizaje y sobremesas eternas, entendimos que este pacto no es cuento, sino la llave para que la región gane en competitividad, sostenibilidad y unión.
Volvimos a casa con la barriga llena, el corazón contento y la convicción de que al Caquetá hay que volver… aunque sea para confirmar si el queso sabe igual de bueno la segunda vez...
Por: Juan Manuel Gonzalez Ayerbe